Insaurralde, el cajón de Herminio 2.0 que incendia al peronismo
Su viaje a Marbella con una modelo complica a Massa y a Kicillof. Lo puso Cristina como interventor en la Provincia. Lo comparan con aquel candidato que arruinó la campaña de 1983
La imagen es de cuando no había teléfonos celulares ni existían las redes sociales. En los archivos de los diarios quedan algunas pocas fotos y están los antiguos videos de los noticieros de TV.
Es la noche del 28 de octubre de 1983, hace calor en la Nueve de Julio y un millón de peronistas celebra el cierre de la campaña presidencial en el regreso de la democracia. No los entusiasma mucho el candidato (Italo Luder), pero en el escenario está Herminio Iglesias, el candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires. Un polémico dirigente de Avellaneda con fama de violento al que la leyenda le asigna el mérito de haber perdido un testículo durante una refriega a los tiros. Cosas de la política.
El acto va más o menos aburrido hasta que Herminio tiene una de sus ocurrencias. Alguien le acerca un cajón de madera con la inscripción UCR, Alfonsín, QEPD. Es el rival de Luder, el radical al que algunas encuestas señalan compitiendo mano a mano con un peronismo nunca vencido en elecciones. Iglesias enciende un papel con un pequeño mechero y le prende fuego al cajón. La multitud brama. La TV transmite la imagen a todo el país. Los dirigentes peronistas se preocupan. Nadie sabe qué puede pasar.
Herminio Iglesia quema el cajón
Lo que pasa es que, dos días después del cajón en llamas, el peronismo pierde las elecciones con Raúl Alfonsín. La primera derrota de su historia. Hay varios factores que la explican. El liderazgo renovado del dirigente radical; los pactos entre la dictadura militar y el peronismo. Pero el que más destaca en los análisis de entonces es “el cajón de Herminio”.
La imagen se transforma en un estigma para aquel que perjudique una campaña electoral en los tramos finales. Los de la definición.
Desde el sábado, apenas vieron las fotografías y los videos exuberantes de la modelo Sofía Clerici en el mar Mediterráneo, un fantasma comenzó a recorrer las entrañas del peronismo.
“Lo de Martín Insaurralde es nuestro cajón de Herminio”, fue la frase que más se repitió en los mensajes de whatsapp. A los dirigentes Sub 35 hubo que explicárselo. Lo del yate “Bandido”, la cartera Louis Vuitton y el Rolex de 7.000 euros lo entendieron rápido. Es parte de la cultura de estos tiempos y de la dinámica de TikTok. Pero la parábola de este Herminio Iglesias 2.0 necesitó de algunas lecciones de historia peronista. Todos las entendieron a la perfección. El escándalo bonae
Sergio Massa, Cristina Kirchner y Axel Kicillof triangularon las llamadas y pusieron en marcha un cordón sanitario que los dejara a salvo del virus Insaurralde. No se trataba de cualquier dirigente. Era el interventor que la Vicepresidenta le había puesto al Gobernador después de la derrota en las elecciones legislativas de 2021. Lo había hecho viajar a Kicillof al Calafate y, a los gritos durante cuatro horas, le trasladó sus opiniones sobre la gestión en la Provincia. Como extra, le filtró esos detalles a la prensa.
Martin Insaurralde había sido hasta ahora el mensajero de Cristina, y de Máximo Kirchner, en la gestión Kicillof. El Gobernador había tenido que entregar la cabeza de uno de sus hombres de confianza, Carlos (Carli) Bianco. Y en la estrategia electoral de Máximo para estas elecciones, Kicillof debía ser el candidato presidencial (¿para que perdiera?), e Insaurralde el candidato a gobernador (para que ganara y conservara la Provincia).
Pero la negociación que terminaron cerrando Sergio Massa y Kicillof desbarató aquella jugada ultrakirchnerista que incluía a Insaurralde. El ex intendente de Lomas de Zamora tenía buenas relaciones con los candidatos por lo que se convirtió en un hombre clave de la campaña electoral en la Provincia. Toda esa arquitectura se derrumbó en el fin de semana. Las copas de cava mallorquí, la cama extra king size del yate alquilado y los videos íntimos lanzados a la autopista informática en medio del país que está quebrando el récord de los veinte millones de pobres fueron demasiado para este peronismo en estado de emergencia.
La cabeza de Insaurralde rodó en cuestión de horas. Kicillof salió presuroso a anunciar que aceptaba la falsa renuncia de su jefe de gabinete y que iba a disolver esa área del organigrama como si jamás hubiera existido. “Le estamos tirando al cajón de Herminio con un extinguidor, pero no creo que podamos salvarnos del incendio”, dice uno de los estrategas de la campaña imposible.
Récord de pobreza, récord de inflación, dólar a 800 pesos y ahora uno de los funcionarios más importantes del poder jugando a ser el Leonardo Di Caprio del conurbano bonaerense en “El lobo de Wall Street”. Al final, parece cierta la acusación tuitera de Juntos por el Cambio. El kirchnerismo exacerba los peores paradigmas de la anti política y le hace gratis la campaña a Javier Milei.
La aparición de Martín Insaurralde y sus aventuras en las islas Baleares no pudieron surgir en peor momento. Justo fue en las horas previas del primer debate presidencial previsto para este último domingo en Santiago del Estero. En el primer minuto de la discusión la candidata de la izquierda, Miriam Bregman, aprovechó que fue la primera en hablar para mencionar el caso Insaurralde, avisándole a Massa que iba a tener que enfrentar la circunstancia inesperada y responder sobre el peronista que se ganó los titulares de toda la prensa y de las redes sociales.
Instantes después, fue Patricia Bullrich la que arrinconó a Massa y su propuesta de ley penal tributaria para quienes eludan al fisco. “¿Vos querés meter presos a los evasores? Ahí lo tenés a Insaurralde, llevateló…”. Parecía que la noche del debate sería una tortura para el ministro de Economía y candidato de Unión por la Patria. Pero no. Tuvo que responder sobre la inflación, el dólar y los desequilibrios de una economía en caída libre, pero el tema de Insaurralde para su fortuna no volvió a mencionarse.
Patricia Bullrich acorraló a Sergio Massa con preguntas
Por alguna razón, que habrá decidido la candidata junto a su equipo de asesores de campaña, Bullrich no volvió a insistir con las preguntas sobre Insaurralde. Extraño porque era una cuestión extremadamente incómoda para Massa y que le podría haber otorgado una mayor ventaja en la evaluación inmediata del debate presidencial. También resultó sorprendente que Milei ni siquiera mencionara una vez la polémica en torno al ahora ex jefe de gabinete bonaerense. Los dos candidatos más fuertes de la oposición parecieron respetar los ejes de sus estrategias, preparadas en los días anteriores al estallido de la bomba Insaurralde. La prudencia excesiva les impidió sacar una ventaja decisiva.
Lo que ni Bullrich ni Milei le preguntaron a Massa sobre Insaurralde sí lo hizo el periodismo cuando ya había terminado el debate. Qué opinaba sobre el dirigente de su partido y candidato también a concejal en Lomas de Zamora. “Cometió un grave error; renunció y tiene que renunciar a la candidatura a concejal también”, fue la áspera respuesta del candidato.
Es que la banca de concejal y la posibilidad de volver a la intendencia de Lomas de Zamora es un salvoconducto que Insaurralde tiene en sus planes. Tal vez ahora deba descartarlo.
Es posible que la escasa gravitación de la polémica por el viaje de Insaurralde durante el debate presidencial haya causado sorpresa. Lo que seguro no sorprendió es que durante los 125 minutos que duró la contienda entre los candidatos jamás se mencionara al presidente Alberto Fernández. Nada. Ni para recordarlo por alguna medida equivocada, ni para criticarlo y ni siquiera para mofarse de los resultados de su pálida gestión.
Los presidentes están siempre en el centro de las polémicas. Un fenómeno de todo el planeta y sobre todo en estos tiempos de grietas y de redes sociales encendidas. Pero Alberto Fernández no. Se ha ganado la indiferencia de los argentinos.
Un castigo durísimo para el ego, pero una condena demasiado leve para el responsable del peor gobierno de estos cuarenta años de democracia.
Fuente: Infobae Por Fernando González
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