Hollywood de cabotaje: Alberto Fernández es el "hombre invisible" y Milei "El joven Frankenstein"
La política argentina es una reedición de baja calidad del cine de la época de oro hollywoodense. Hoy nos gobierna el hombre invisible y Milei hace del monstruo un todo que lejos de producir terror produce risas.
La política argentina es una reedición de baja calidad del cine de la época de oro hollywoodense. Alberto Fernández es el hombre invisible. En esta película un joven científico llamado Jack Griffin crea una droga que le permite lograr la invisibilidad, pero también la megalomanía.
Sus compañeros de laboratorio, el Dr. Kemp (Sergio Massa) y el Dr. Cranley (Máximo Kirchner) y Max (Axel Kicillof), se encuentran en su búsqueda sin saber qué está causando el terror entre los habitantes de una pequeña población.
Hoy nos gobierna el hombre invisible, hombre con poca vergüenza de no ser y haber defraudado a miles de votantes. Mientras los propios lo tildan de traidor, los ajenos confirman sus sospechas. Frente a ambos Fernández se vuelve invisible para poder pasar sus últimos días de gobierno disfrutando las mieles de los viajes diplomáticos creyéndose el líder internacional que necesita el mundo y rehuyendo todo contacto externo al círculo de políticos para poder fingir que conserva poder.
Javier Milei se presenta primero como el temeroso Dr. Frankenstein de Bela Lugosi, pero a la corta se revela como el desopilante protagonista de “El Joven Frankenstein”. El libertario es un joven que, obsesionado por conocer y desentrañar nuevos misterios del poder, imagina un cuerpo que imite el complejo cuerpo humano, pero en realidad obtiene un monstruo hecho con partes cercenadas por su descontrolada motosierra, hace del monstruo un todo que lejos de producir terror produce risas.
Estos personajes se unen como en las películas con el mismo director James Whale (La Cámpora). Nuestro Hollywood de cabotaje no es más que la interpretación alocada de las teorías antiguas en los desprolijos términos del populismo.
Nuestra democracia afronta las próximas elecciones presidenciales con una absurda política adolescente, disfuncional y terrorífica que solamente es imaginable en los más fantásticos escenarios del cine.
Debemos decidir en las urnas entre un proyecto de cordura y adulto encarnado con gente seria, moderada y verdaderamente liberal y una alocada versión de una política mal copiada y radicalizada. La intolerancia y la prepotencia que influyen en una sociedad que pierde la capacidad para escuchar, asimilar, pensar, empatizar y poder expresarse más allá de los conflictos territoriales, las tensiones sociales y las diferencias generacionales hacen que la opción ante un discurso radicalizado conocido sea oponer otro igualmente absurdo y radical pero desconocido.
A nuestra sociedad le falta cohesión y esta depende de la estabilidad de nuestra sociedad y su coherencia al influir en la redacción del relato. La gente no desea que tengamos que ver en la pantalla de la política nacional el Frankenstein ni tampoco un nuevo hombre invisible. La gente quiere y desea un cambio, pero en el fondo está cansada de los universos inverosímiles de la mala copia del cine nacional.
La disfuncionalidad populista de la política de nuestro país nos lleva al estancamiento y al pasado. En realidad, el populismo radicalizado no fue votado mayoritariamente, sino que tiene secuestrado el discurso del bienestar fácil para ahora y el mañana ya veremos. Monopoliza la agenda con sus ampulosidades, pero con esto en realidad secuestra a la mayoría con la seducción de los caminos sencillos y cómodos que a la larga o a la corta nos llevan a culpar a otros de la situación y defender, con pasión, la grieta que los separa. Esto nos expone al riesgo de que la democracia pierda calidad al reducirse a los extremos.
Recordemos que hoy vivimos una situación económica extremadamente precaria, con una población en estado de gran pobreza, ignorada, con mucha incertidumbre y triste que ya directamente descree de las instituciones políticas y de la sociedad civil: los empresarios y los líderes de opinión. Mientras tanto los medios buscan su propio líder mesiánico, su Dios particular fuera del sistema que les sirva para alimentar el fanatismo que alienta el rating. Por eso estos medios se encuentran en su nivel más bajo de credibilidad por alimentar un sistema absolutamente perimido y gastado por los privilegios, la corrupción, etc.
¿Qué nos ofrecen el hombre invisible y sus aliados? La inflación, la pobreza, la destrucción de la moneda, las reservas negativas y la inseguridad. Como gran transformador de este gobierno fallido, el oficialismo nos ofrece como futuro un candidato a presidente que, pese a que trata de ocultarse tras el presidente, dado que éste no se puede ver, se ve a todas luces que es el ministro de Economía cómplice de este momento dramático hasta la sátira de la realidad argentina.
La Argentina quiere sobrevivir al populismo autoritario porque en el fondo, para salir de la crisis, necesitamos políticas de extraordinaria magnitud con muchos desafíos de emergencia que precisan que logremos una transformación para encaminar un país hacia la libertad y la igualdad.
De si enfrentemos estos desafíos con seriedad o facilismo dependerá si torcemos el rumbo en este momento crucial. Pero no necesitamos dejarnos guiar por el temor que es mal consejero en momentos de urgencia, sino por políticas sensatas que pueden doler pero que tienen un rumbo claro con un objetivo determinado y sensato de cara al futuro. De hecho, es importante aceptar que seguramente tendremos tensiones.
Admitámoslo, entendamos la verdadera magnitud del problema y, para eso, es imprescindible que quien tome las decisiones sea capaz de cargar con valentía y profesionalismo con el costo político y social que esto conlleva. Es necesario que sepa llamar al consenso y armar pactos inclusivos y razonables para la mayoría que quiere y necesita un cambio en nuestro país, pero sin dejar de escuchar a las minorías hoy en estado de emergencia que deberá convencerlos rápidamente de que nada es mágico y que es necesaria la confianza y el tiempo para que pueda gobernar e implementar su plan. Solo esto podrá ser posible si los cambios necesarios empoderan a las minorías necesarias sin dejar de representar a las grandes mayorías. El futuro es con plan, organización y paciencia, sin motosierras ni dádivas de último momento. Un plan que busque centrarse en la áspera realidad y no en las fantasías de los efectos especiales de Hollywood que son puras mentiras. En definitiva: con gobierno y sin populismo.
Fuente: Diario Perfil. Por Eduardo Reina.-
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